viernes, 29 de enero de 2010

Vengan esos mil

Ser puta es como bailar: cuestión de agarrar el ritmo. Las monjas de la escuela nos decían: Los malos pensamientos galopan cabalgados por demonios.  Pero ser puta no es un mal pensamiento. Es más: no es ni siquiera un pensamiento.
Mis tíos cuando hablaban de putas, decían: Las tramposas. Entonces yo de niña siempre que hacía trampa pensaba: ¡Dios mío, qué puta soy!, y me iba a confesar. Claro que al padre no le decía: Me acuso de ser puta, porque además puta era una grosería. Pero sí me acusaba de ser tramposa. Y lloraba muchísimo, porque me imaginaba al sacerdote pensando: Tan chiquita y tan putita.
No te imaginas todo lo que cambié por eso. Luego de confesarme cada mes por años, ya supondrás que un día no lloré, y al final tanto el padre como yo nos acostumbramos a los mismos pecados y a la misma penitencia. Tres Padres Nuestros y una buena obra.
Según yo, a los doce años era una puta perdonada. Entonces a los trece pensé: Guau. Todos los niños de mi calle hablaban de las putas, y los más grandes hasta ahorraban para irse de putas. 
Me sentaba solita a la orilla del jardín y los oía hablar, siempre cochinadas, y más de putas. Y otra vez guau, porque con las pinturas de mi mamá –de algo tenía que servir, la vaca– me transformaba en una puta de verdad. Y luego me escapaba, así pintada, a algún lugar bien lejos, donde no me podía encontrar a nadie. Pensaba: En cuanto vea putas me paro junto a ellas y luego a ver qué pasa. Qué me iba a imaginar entonces que ser puta no era pintarse, ni pararse, ni acostarse. Ser puta es calentarse con cada "a ver qué pasa".

Diablo Guardián
Xavier Velasco 
2003