jueves, 7 de octubre de 2010

¡Tuérceme la cara!

Bailaban, desnudos en una blanca cama que les obsequiaba segundos vueltos destellos de una luz que procuraba trazar el camino para que sus cuerpos que se buscaban se encontraran; cansados, afligidos, pero con suficiente fuerza aún para gritar:

– ¡Tuérceme la cara! –

Él que en la oscuridad buscaba desesperado el rostro de aquella mujer que pedía a gritos que le torcieran la cara, no la encontraba. Y la mujer que gritaba con ese grito que no busca sino que espera ser encontrado, como un alma que por error escapa de su dueño y cuando se ve perdida, extraviada en los brazos de este mundo intenta gritar, sin voz, pues no es más que un alma esperando ser encontrada por su dueño del que alguna vez escapó por error; la mujer que con toda el alma gritaba:

– ¡Tuérceme la cara! –

Pero él no la encontraba, buscó más allá del cuello, buscó entre los cabellos, encontró las sienes pero no la cara, pensó en la boca, la boca de la cual provenía aquél grito , pero tampoco la encontró, ¿qué clase de mujer es la que no tiene boca? se preguntó, pero es que el grito que él escuchaba no provenía de una boca, el grito, al igual que Tar sólo estaba en su cabeza.

Y así pasaron noches, el hombre buscando una cara y la mujer gritando:

– ¡Tuérceme la cara! –

Hasta que una noche en que no hubo destellos de luz que trazaran el camino para que sus cuerpos se encontraran, el hombre se cansó de buscar y encontrar a una mujer sin boca ni cara.


Uno regresa a donde quiere pertenecer cuando espera volver a ser.
öh.