El pez dorado que vivía en una pequeña pecera intentaba escapar de la pequeña pecera pero siempre que lo intentaba chocaba con lo que parecía ser su propio reflejo.
miércoles, 3 de noviembre de 2010
El pez dorado que intentaba escapar de su pecera
El pez dorado que vivía en una pequeña pecera intentaba escapar de la pequeña pecera pero siempre que lo intentaba chocaba con lo que parecía ser su propio reflejo.
martes, 2 de noviembre de 2010
El sexo aveces habita en la punta de la lengua
Logra... ser un tren en blanco
jueves, 7 de octubre de 2010
¡Tuérceme la cara!
lunes, 2 de agosto de 2010
Hogar
lunes, 24 de mayo de 2010
Crónicas de una visita a psiquiatría (I)
Entrego la hoja de cita y me piden que tome asiento y espere.
viernes, 21 de mayo de 2010
Un lugar para sangrar
Persiguió a la lagartija hasta que esta se ocultó en un agujero bajo la tierra caliente. Corrió de vuelta hasta la casa de madera construida en medio de aquél desierto, lejos del agujero, y buscó entre los huesos rotos un galón de gasolina, con esfuerzo lo llevó hasta el agujero donde se escondía la lagartija. El agujero, oscuro y caliente.
jueves, 22 de abril de 2010
La respuesta
martes, 23 de marzo de 2010
Una corta entrada conocida
jueves, 4 de marzo de 2010
El beso
Recuerdo la primera vez que te mire a los ojos, mamá me había prohibido ver televisión porque no quise darle un beso a la abuela. Yo salí al jardín
con ganas de huir de casa, pero a esa edad no entendía mis ganas de huir, solo las sentía, entonces simplemente caminé hasta la pelota de futbol desgastada que se asoleaba a medio jardín y pensando que estaba en un partido muy importante y que este sería el gol que me haría famoso,
pateé la pelota con fuerza, ahora que lo recuerdo como si quisiera hacerla desaparecer para siempre, pero en lugar de desaparecer fue a dar hasta tu cara;
cuando la pelota te golpeó mis ojos no sabían a quien seguir, si a la pelota que se elevaba hacia el sol o a ti que caías como si el golpe te hubiera restado peso. Cuando las dos terminaron de caer vi como mi pelota cruzaba la calle rodando y se detenía junto a una coladera por la que en lugar de agua se filtraban pedazos de infinitos tipos de papel; en cambio tu caíste y ahí te quedaste, sin moverte, tirada.
Primero pensé en correr a casa lo más rápido posible y fingir haber estado ahí todo el tiempo para que no me castigaran más, pero la idea que se reprodujo casi al mismo tiempo de que podías estar muerta me dejó paralizado. Yo te había matado, y al instante imaginé a la policía arrestándome con esposas brillantes y apuntando mi cabeza con alguna pistola como en las historietas de vaqueros y mujeres desnudas que papá escondía bajo el colchón y que yo hojeaba cuando ellos se iban al mercado.
Comencé a caminar, las piernas avanzaban temblando, lo que yo más quería en ese momento era volver a casa y hacer como si nada, lo juro, pero era como si mi cuerpo se hubiera desconectado de mi mente y desobedeciendo a mi miedo avanzaba sin detenerse hasta conseguir llegar a tu cuerpo.
No te movías, me agaché a tu lado despacio y sin tocarte, después con cuidado recargue mi oreja en tu estómago intentando escuchar dios sabrá qué, yo solo quería saber si estabas viva, pero no se escuchaba nada y tu no te movías, estabas muerta, lo juro.
Después sólo me quedé en cuclillas, esperando que los gusanos me confirmaran que estabas muerta, la abuela una vez me había dicho que cuando una persona se moría los gusanos se la comían, y de nuevo me agaché, ahora para mirar si los gusanos no salían por tus oídos, pero nada, no había gusanos por ningún lado.
Mirando tu oreja, me encontré con decenas de puntitos color café, más tarde supe que se llamaban pecas, pero en ese momento solo eran puntitos que me guiaron hasta tu nariz, yo nunca había mirado a una niña tan cerca, y menos a una niña con puntitos regados por toda la cara, mis dedos apenas se acercaban a tu rostro para sentir los puntitos cuando tus pestañas comenzaron a moverse, como si alguien les estuviera haciendo cosquillas y poco a poco se fueron separando.
Y no, definitivamente tampoco salieron gusanos de tus ojos que me indicaran que estabas muerta, en tu par de ojos sólo había un par de canicas, mis dedos pasaron de querer sentir aquellos puntitos a querer sacar esas canicas tan bonitas que presumiría a todos mis amigos. Cuando toqué una de las canicas, el muerto pude haber sido yo, pues gritaste tan fuerte que el corazón se me fue directo al estómago y entonces salió tu mamá de no sé donde y se acercaba corriendo y gritando cosas, cuando llegó te levantó en sus brazos mientras me gritaba palabras que no llegaban hasta el lugar que deben llegar para que uno las entendida y tu llorabas, hacías agua mis canicas.
Ahí, viendo como se iban tú, tu mama y mis canicas, yo me sentía triste pues creía que nunca podría jugar con las canicas más bonitas que existían: tus ojos, que ahora, por segunda vez vuelvo a mirar, antes de besarte.
martes, 2 de marzo de 2010
Soluciones Matemáticas
jueves, 25 de febrero de 2010
Cuento corto de un grito
martes, 23 de febrero de 2010
Geografía básica
jueves, 11 de febrero de 2010
La carta que mata
Frente al sauce sostenía con ambas manos el sobre con la carta dentro, miraba el sobre, nunca más desde aquella noche como si fuera la primera vez, miraba el sobre que sostenía con ambas manos a la altura del pecho, lo miraba con la cabeza inclinada hacia este, frente al sauce, viejo.
La noche en que llegó a sus manos aquél sobre con aquella carta no era distinta, la lluvia había cesado, las hojas mojadas no se movían y las calles solitarias reposaban bajo la mirada de la luna. Como la mirada de quien ve por primera vez el sobre que se tiene entre las manos no basta para saber su contenido, intentó abrirlo con cautela, desdoblando la carta como si acariciase el plumaje de una hermosa ave.
Al leer la carta las palabras fueron atravesando como inyecciones de miel sus ojos, dejándole cautivado, saboreando el azúcar. Cuando no quedaba gota de melaza volvió a doblar la hoja, la metió en el sobre, se sentó en el borde de la cama con el sobre aún en manos y rió el resto de la noche. Sin parar.
Los vecinos escuchaban perplejos aquella risa vehemente y llamándole loco, pues más fácil de comprender resultaba, preferían ignorar el hecho.
Los días y las noches pasaban y la risa de el hombre llegaba hasta el lugar que un humano jamás visita por miedo a ser asesinado. Y pronto los vecinos se hallaban confundidos, no sabían si reía o lloraba, pero con la confusión también llegó el cansancio
Una mañana, se le vio salir al jardín de su casa, había parado de reír y nadie lo había notado. La sirvienta que regaba las plantas tembló al verle salir, los niños que jugaban en la banqueta se rieron de él y loco le susurraron.
Él caminó hasta el viejo sauce que había crecido a orillas del jardín. Dirigió la carta a su boca y un par de mordiscos bastaron para acabar con ella. Volvió a casa cruzando la puerta que lo encerraría para siempre.
Pronto al hombre se le dio por muerto, cuando su cuerpo dejó de funcionar, pero nadie entendía que ya había muerto desde el momento en que comenzó a reír.
El día del funeral, frente al cadáver, nadie, absolutamente nadie se atrevió a pronunciar palabra alguna, ni a reclamarle, ni a burlarse, ni a llamarle loco pues el hombre, dijo con los colores de su cuerpo muerto, lo que había callado su lengua durante tanto tiempo.
Al día siguiente, todos le olvidaron.
martes, 9 de febrero de 2010
-dos niños en el salon de clase-
En la clase de Miss Stephani, los niños suelen sonreir al espejo o mirarse los tobillos, usar calcetas amarillas o simplemente no poner atención que bien es otra forma de preguntarse por el sentido de la vida.