miércoles, 10 de agosto de 2011

Dedicada para ti

Una carta que se debe literal, que se teme tiempo de narracion... cansada la carta, comienza con un "Querido" intuyendo que el "Querido" solo es una frontera más para decir las cosas.

Una carta vacia,hueca,estupida,llena de palabras.

Querido:

El motivo es...

Una carta con un pulso determinado, mentirosa, una carta que no es una persona, una carta que la escribe una persona, una persona que se ha mimetizado en carta y es la unica forma de llegar.

Querido:

Me quema. Me quema por todas partes. Te...

Una carta "grandiosa" porque al contrario de la vida no pide turno para hablar se sabe egoista, se sabe que va primero como en la vida... la carta...

Querido:

Me despido, siempre estaras...

Una carta que siempre se esta escribiendo, la ironia contraria a nosotros.


Querido:

Me despido, me voy de viaje, te olvido.

Nunca somos enviados.

jueves, 19 de mayo de 2011

Del latín frustrāre: privar a alguien de lo que esperaba.

En algún tiempo de este mundo existió un hombre, un hombre común, vulgar. Un hombre que una noche miró en una pintura el retrato más hermoso que sus ojos jamás pudieron haber visto antes. Pero le daba vergüenza mirarlo, además de que no era suyo, ourría como esas tantas veces en que una cosa es tan hermosa que no nos atrevemos a mirarla de frente. 

El hombre sudaba, sabía que ver el retrato cambiaría su vida pero no se atrevía a mirarlo, así que le dio la espalda toda la noche y de vez en cuando volteaba para apenas echarle un vistazo, avergonzado, siempre avergonzado.


Pasó la noche y el hombre no volvió a intentar mirarlo; prefirió que el tiempo de este mundo transcurriera y así fue reuniendo dinero hasta que una tarde miró por primera vez el retrato de frente antes de comprarlo.


– ¡Me lo llevo!


Y si, lo llevó a un lugar donde podía contemplarlo todo el tiempo sin que nadie más se enterara. Lo miraba tanto que incluso llegaba a inventar historias en donde el retrato cobraba vida.


El retrato y el hombre hacían buen complemento, mantenían esa relación que mantienen todos las obras de un museo con el espectador: a él le gustaba mirarlo y a él le gustaba ser mirado. 


Una tarde, el hombre mirando el retrato vio que éste se desvanecía y en su lugar aparecía un letrero que decía: "Posiblemente en reparación. Vuelva a mirar más tarde". El hombre no entendía que había ocurrido, ¿cómo un retrato podría estar en reparación?, un retrato es un retrato y punto. Miraba cada segundo el cuadro esperando que el retrato apareciera. El retrato apareció de pronto y el hombre comenzó a gritarle preguntando por qué se había desvanecido, pero el retrato no contestaba. El hombre le gritaba cada vez más fuerte pero el retrato seguía sin responder. No lo entendía. Nadie lo entendía, eran el complemento perfecto, al hombre le gustaba mirarlo y al retrato le gustaba ser mirado. ¿Por qué el retrato se desvanecía ante los ojos de este hombre? 


El retrato comenzó a desvanecerse con más frecuencia y el hombre gritaba hasta quedarse ronco. Una mañana muy temprano el hombre vendió el cuadro y fue miserable el resto de su vida.

lunes, 11 de abril de 2011

Huéspedes intestinales


Felpudo con la palabra BIENVENIDOS. Tocan la puerta con los nudillos. Nadie abre. Tocan la puerta con los nudillos. Nadie abre. Tocan la puerta con los nudillos. Nadie abre. Los nudillos sangran. Nadie abre. Tocan la puerta con los nudillos ensangrentados. Manchan la puerta de sangre. Nadie abre. Tocan la puerta con los nudillos ensangrentados, ya se alcanza a ver el hueso. La sangre escurre por la puerta. Nadie abre. Tocan la puerta con los huesos de los nudillos que ya no tienen piel. La sangre gotea sobre el felpudo. El felpudo dice BIENVENIDOS pero ellos tocan la puerta con los nudillos que ahora sangran y nadie abre. Gasto de la piel necesitado por el dolor.

jueves, 24 de marzo de 2011

¡Cuánta razón!



Llevaba días con un fuerte dolor de cabeza, había visitado varios médicos, todos le recetaban lo mismo: dos aspirinas y el dolor disminuiría. Pero el dolor no cesaba. Visitó incluso a un homeópata que le dio una gran cantidad de frascos repletos de chochos azucarados, podía tomarse los frascos enteros que dejaban un tenue sabor a alcohol en la lengua, pero el dolor de cabeza permanecía. Hacía latir su cien derecha como si el cerebro intentara escapar.

Si su cerebro intentaba escapar quizá dejar de pensar sería la solución, el cerebro aceptaría la tregua y descansaría feliz. Pero tampoco funcionó, solo consiguió reproches de sus amigos y familiares que no aceptaban que alguien dejara de pensar así como así.

Una mañana mientras salía de bañar escuchó su nombre, inclinó la cabeza, miró al suelo y se agachó hasta colocar su oreja sobre el suelo, pues creyó que aquella voz que conocía su nombre provenía del suelo. Y entonces, solo entonces, de su oreja se deslizó suavemente una pequeña pelusa. Blanca como una nube de día bonito. La pequeña pelusa blanca rodó sobre el suelo en busca de alimento. Heno quizá. Porque todos sabemos que el heno es dulce.

La pelusa rodó durante varias horas, mientras la cabeza seguía pegada al suelo, esperando que éste repitiera su nombre, pero como la puerta del baño se había quedado abierta, la pequeña pelusa blanca rodó hasta la coladera y se fue directo al caño.

Pasaron días enteros y la cabeza seguía con la oreja pegada al suelo esperando volver a escuchar su nombre, y el cuerpo, que había estado todo este tiempo unido a la cabeza y en una posición bastante incómoda comenzó a cansarse y poco a poco se fue separando de la cabeza. El cuerpo quiso volver a la vida que tenía antes del dolor de cabeza, la pelusa blanca y la cabeza con la oreja pegada al suelo; así que decidió marcharse y olvidarse de la cabeza. 

De vez en cuando el cuerpo pasaba junto a la cabeza y la miraba con lástima, pues a leguas se veía que la pobre cabeza había perdido la razón.

jueves, 27 de enero de 2011

La muñeca y el árbol


Cuando era pequeño corría por el bosque que rodeaba la casa de mi abuelo. En vacaciones mamá nos llevaba a mis hermanas y a mi de visita y nos quedábamos unos días en casa de mi abuelo.
Aunque yo era el más pequeño, mis hermanas y yo nos llevábamos bien, pero a ellas les gustaba hacer pasteles y a mi me gustaba correr por el bosque. Correr hasta no poder respirar. 
Fue uno de esos días en los que abajo de un árbol, encontré tirada una muñeca. Una muñeca de cara pálida y ojos vacíos, tristes. 

A pesar de que la muñeca tenía un sombrerito ella se veía triste y yo casi no podía respirar, estaba cansado de tanto correr y tampoco sabía qué hacer, porque ella tenía un aspecto triste, y yo no sabía si estaba triste por estar allí tirada y abandonada o triste porque no quería ser levantada.
Me fui porque mamá me gritaba que ya era hora de comer.

Terminaba de comer la sopa cuando mamá dijo que estaba muy agitado y lo mejor sería descansar el resto de la tarde. Así que la muñeca tuvo que esperar sola, igual que yo, que además miraba por la ventana.

Sin pensarlo me quedé dormido, lo supe porque cuando abrí los ojos no se veía nada,  pero apenas amaneció y yo ya corría para llegar al árbol que no estaba lejos de casa de mi abuelo. 

Cuando llegué ahí seguía la muñeca, con cara pálida, ojos tristes, un sombrerito y su vestido arrugado. La levanté y la miré de cerca, pero sus ojos vacíos me asustaron y la solté, cayó haciendo crujir las hojas secas que el árbol ya no quería entre sus ramas.

Volví a casa.

La mañana siguiente decidí que algo debía hacer con la muñeca, no podía dejarla ahí tirada con las hojas secas que el árbol ya no quería. Quizá ella alguna vez había sido una hoja del árbol que ahora por alguna razón él ya no quería, me pregunté qué habría hecho la muñeca para que el árbol ya no la quisiera. Busqué una caja de zapatos entre las cosas de mi abuelo y cuando la encontré corrí de nuevo hasta el árbol, mamá me gritó que no tardara porque quería que ayudara a decorar el pastel que habían hecho mis hermanas, yo no dije nada porque ya estaba muy lejos para que me escuchara.

Metí a la muñeca en la caja para que no se fuera a escapar y trepé el árbol, arranqué varias de sus ramas y bajé. Saqué a la muñeca y llené la caja de zapatos con las ramas que le había quitado al árbol, volví a meter a la muñeca ahora acompañada de ramas y coloqué la tapa. Cave un hoyo a un lado del árbol con mis propias manos y enterré la caja de zapatos que tenía la muñeca y ramas del árbol dentro. Ahora la muñeca no estará triste, porque está con las ramas y además estará siempre junto a el árbol, dije y no volví nunca más. 

Pero nunca pensé que quizá era la muñeca la que ya no quería estar con el árbol.