jueves, 19 de mayo de 2011

Del latín frustrāre: privar a alguien de lo que esperaba.

En algún tiempo de este mundo existió un hombre, un hombre común, vulgar. Un hombre que una noche miró en una pintura el retrato más hermoso que sus ojos jamás pudieron haber visto antes. Pero le daba vergüenza mirarlo, además de que no era suyo, ourría como esas tantas veces en que una cosa es tan hermosa que no nos atrevemos a mirarla de frente. 

El hombre sudaba, sabía que ver el retrato cambiaría su vida pero no se atrevía a mirarlo, así que le dio la espalda toda la noche y de vez en cuando volteaba para apenas echarle un vistazo, avergonzado, siempre avergonzado.


Pasó la noche y el hombre no volvió a intentar mirarlo; prefirió que el tiempo de este mundo transcurriera y así fue reuniendo dinero hasta que una tarde miró por primera vez el retrato de frente antes de comprarlo.


– ¡Me lo llevo!


Y si, lo llevó a un lugar donde podía contemplarlo todo el tiempo sin que nadie más se enterara. Lo miraba tanto que incluso llegaba a inventar historias en donde el retrato cobraba vida.


El retrato y el hombre hacían buen complemento, mantenían esa relación que mantienen todos las obras de un museo con el espectador: a él le gustaba mirarlo y a él le gustaba ser mirado. 


Una tarde, el hombre mirando el retrato vio que éste se desvanecía y en su lugar aparecía un letrero que decía: "Posiblemente en reparación. Vuelva a mirar más tarde". El hombre no entendía que había ocurrido, ¿cómo un retrato podría estar en reparación?, un retrato es un retrato y punto. Miraba cada segundo el cuadro esperando que el retrato apareciera. El retrato apareció de pronto y el hombre comenzó a gritarle preguntando por qué se había desvanecido, pero el retrato no contestaba. El hombre le gritaba cada vez más fuerte pero el retrato seguía sin responder. No lo entendía. Nadie lo entendía, eran el complemento perfecto, al hombre le gustaba mirarlo y al retrato le gustaba ser mirado. ¿Por qué el retrato se desvanecía ante los ojos de este hombre? 


El retrato comenzó a desvanecerse con más frecuencia y el hombre gritaba hasta quedarse ronco. Una mañana muy temprano el hombre vendió el cuadro y fue miserable el resto de su vida.