jueves, 24 de diciembre de 2009

El retrato de un cuadro polvoriento

La puerta: se abre. Se cierra. Se abre. Se cierra. Se abre. Se cierra. Se abre. Rechina. Se cierra. Se abre. Se cierra.


El viento: la corriente que se filtra por la puerta y llega hasta la cama donde se encuentra tendido, pero él no lo siente, el viento recorre su cuerpo produciendo escalofríos pero él no lo siente.


Los gritos: de los niños que corren por la acera y juegan a reír a carcajadas, risas que llegan hasta su oído convertidas en un eco melancólico.


La noche: se acerca, pero él sabe que no habrá ninguna diferencia.


Los gallos: cantan cada madrugada y mientras los escucha, él piensa.


El perro: paciente espera echado a su lado, podría pasar horas enteras mirándose a los ojos frente al espejo, sino fuera porque lo distrae la muñeca que cuelga de la pared y se balancea por cada corriente que el viento sopla.


La muñeca: que ha muerto años atrás ahorcada con el cordón atado a un clavo y nadie lo advierte.