jueves, 4 de febrero de 2010

Libido

Gato abre lentamente los ojos. Gato se pone de pie y camina sobre sus cuatro patas hasta el tazón. Gato mete la lengua al agua y con disimulo mira a su alrededor. Analiza el lugar y de inmediato encuentra sobre el sofá un cojín, su cojín. De un inesperado salto lo atrapa con su cuerpo, el cojín ahora convertido en presa se deja ser ultrajado. Gato comienza. Siente un placer sublime. Mea el cojín, sus bigotes tiemblan de lujuria, se enroscan. Se percata de que de un momento a otro su respiración ya es demasiado agitada pues los mareos lo distraen, sus patas tiemblan y se vuelven débiles. Gato quisiera cerrar los ojos, para concentrarse, pero si lo hace no logrará mantenerse de pie y aunque su cuerpo entero se encuentre en una tensión que acalambra, es parte del placer. Gato emite un maullido punzante y así culmina su orgasmo. Gato baja del sofá  y camina erguido por la casa con los pelos del cuerpo aún erizados, sabe que es el mejor amante.
Gato escucha que los amos han llegado a casa. Ahora lo buscan con gestos y gritos cáusticos. Pero prefiere mostrarse hasta terminar de lamer sus patas delanteras, cuestión de orgullo. Aunque no entiende lo que dicen, es de esperar que todo aquél escándalo se deba a él. Sin más. Gato la tarde siguiente, es castrado.