jueves, 4 de junio de 2009

Mucho ruido y pocas nueces


Uno no puede estar de esa manera, definitivamente no puede. Uno debe decidirse entre vivir o morir, pero no puedes, definitivamente no puedes estar ahí jugando al vivo y al muerto. 


(Enciende un cigarrillo dirigiéndose a su marido)


¿Puedo decirte una cosa? Bah!, puedo decirte todo lo que quiera, ¿desde cuando pido permiso para hablar? 


(Camina hacia la ventana que da a una gran avenida)


Esta ciudad... esta ciudad... sí, debe ser esta ciudad la que hace que uno siempre vuelva a caer en uno mismo. 


(Desde la ventana observa a un matrimonio caminar por la acera)


Ayer por la tarde, mientras caminaba hacia la estación, en el parque vi a una mujer, al parecer su prometido le acababa de proponer matrimonio y ella manifestaba una alegría peculiar. No. A decir verdad, no era alegría, era una especie de desesperación. Quizá era el miedo a la eternidad. Sí, una desesperación típica que se expresa en un humor cáustico.  


(Apaga el cigarrillo en el borde de la ventana y se sienta en la silla más próxima)


Y tú, siempre con ese optimismo demencial, hablándome de los sueños, ¿sabes? yo creo que los sueños no son más que una excusa. 


¿Te imaginas?... asumir que nunca serás lo que siempre soñaste.


Por eso a veces, los sueños también se convierten en la mirada nostálgica de lo que nunca fuimos... o de lo que nunca seremos.


Da igual. Conocer a detalle mis sentimientos no modificará el problema. 


Joaquín, ¿me escuchas?. Joaquín.


Vaya, al parecer al fin te has decidido, ya vuelvo, voy por la enfermera. 


(Sale del cuarto)