jueves, 18 de junio de 2009

Shiny Fish


Tengo un pez.

He pasado por una tienda de mascotas y le he visto.

Al acercarme a la enorme caja de cristal, estaba él, entre cientos de peces, todos nadando a su alrededor. Pero él no se movía, solo estaba ahí. Flotando. Estático.


No recuerdo el momento de la compra. Lo último que recuerdo era estar frente a él, mirándolo. Mas tarde me encontraba sentada dentro del auto, sosteniendo una bolsa con el pez dentro. Si no fuera por la nota, no sabría ni cuanto costo.

Es como si hubiéramos intercambiado cuerpos. Él me compró mientras yo flotaba ahí, quieta.


Vive conmigo. En mi habitación. Sobre una mesa. 

Se llama Mi Amor.

No es muy grande. Pero es simpático.

En el folleto que venía dentro de la bolsa dice algo así como que Mi Amor tiene solo una memoria de tres segundos. Sí, o sea que le toma tres segundos andar por la pecera y todo vuelve a ser nuevo. 


Ya no hay más peces. Ahora solo es él, el agua, el cristal y el mundo exterior al que jamás podrá pertenecer. 


Cuando se porta mal, me limito a llamarle simplemente Pez. 


- ¡Ya basta Pez!, ¡Es suficiente Pez!, ¡Mereces ser pescado frito Pez!


Mi Amor y yo tenemos algo en común: ambos hemos hecho un voto de silencio. 

Mi Amor echa burbujas por la boca cada que pretende insultarme. Yo lo miro con odio. Pero respetamos el voto de silencio y ninguno dice nada.


A veces quiero matarle, bastaría con vaciarle el Slim Fast de cada mañana, o con retirarle la comida un par de dias, o simplemente dejarle sin agua. No soporto verlo ahí, sin hacer nada, olvidando todo cada tres segundos. 


El que nada no se ahoga. El no nada y no se ahoga. Estúpido Pez.

Podría darle un martillazo a la pecera y dejar que se retuerza en el piso mientras yo río a carcajadas a su alrededor por su incapacidad de sobrevivir ante tal acto. 

Podría tirarlo al water, mear sobre sus aguas y tirar la cadena. 

Podría hervirlo. 


No. 


Dejaré que la perra lo trague. Mientras yo. Sentada. Al borde de la cama observaré detenidamente cada uno de los movimientos de su mandíbula. Miraré como sus puntiagudos colmillos perforan su cuerpo aún vivo. Como penetran sus afilados dientes cada una de sus brillantes escamas. Imaginaré la sangre fría esparciendose por su hocico. Y sus ojos, estallando ante la presión de una mordida tajante.  Esperaré paciente hasta que haga añicos cada parte de su cuerpo y sus restos resbalen por la garganta hasta llegar al estómago.


O mejor aún, lo tragaré yo.