jueves, 23 de julio de 2009

El hombre cartero y la adicción al papel

Si fue así, podía ser; y si fuera así, podría ser.Pero como no es, no lo es.Esto es pura lógica
[ Mi-re-do]
El hombre cartero, que conocía ya cada una de las casas ubicadas en las calles que a su ruta correspondían, todos los días, al llegar a la calle de Woolf East aparcaba su bicicleta en la casa con el número 215 y echaba un vistazo al reloj de cuero blando que portaba siempre en su mano derecha; nunca pasaba del medio díअ.

Tras mirar a su alrededor - para cerciorarse de no tener testigos que más tarde pudieran delatar su estado emocional aparente - , caminaba. Atravesaba la calle dando cautelosas pisadas al pavimento seco que despedía una ola de polvo caliente tras las suelas de sus zapatos y crujía de vez en cuando.

Al llegar a la casa ubicada del otro lado de la calle, siempre frente a la casa 215, miraba por última vez a su alrededor, siempre con la esperanza de que nadie lo vigilase; también aprovechaba para mirar que ninguna ardilla fisgona bajase del árbol de la 215 -
en el que había apoyado su bicicleta - para merodear dentro de la bolsa de la correspondencia.

Con pasos siempre tímidos llegaba hasta las escaleras que conducían a la gran puerta blanca de la casa. Tomaba una bocanada de aire que calmaba sus nervios, o a su parecer, le hacía tartamudear menos. Y así, caminaba decidido a entregar el sobre.

El sobre, que llevaba en el bolsillo del pantalón desde hace dos meses-cuatro días-ocho horas, y que por tanto se encontraba ya arrugado y con la tinta corrida -
ya que no pudo salvarse de aquella tormenta del 2 de julio-. Pero aún así, podría decirse que la carta que contenía el sobre, se encontraba en buen estado, o al menos apta para ser bien leída.

Pero siempre, desde hace dos meses-cuatro días-ocho horas y ahora sumados seis minutos -
que fue cuando el hombre cartero termino de escribir la carta - , frente a la puerta, justo cuando era cuestión de milímetros para que su dedo índice, tembloroso y con la uña extremadamente corta - gracias a su manía por comerlas - tocara el timbre, la idea de que la mujer no respondiera al sonido del timbre cruzaba de inmediato por su mente y le aterrorizaba al grado de dar marcha atrás y pensar en que mañana seria el día adecuado.

Al hombre cartero le aterorizaba esa idea, la idea de que su madre, quien vivía en esa casa frente a la 215, no escuchara el sonido de las aves cantando, sonido perteneciente al timbre que hacía más de 32 años el padre muerto del ahora hombre cartero había instalado tras su nacimiento.

Y si la madre no escuchaba a las aves cantando, no se percataría entonces del sobre yaciente bajo la puerta, y si no encontraba el sobre, Topo -
el gato egipcio de la familia adicto al papel - se lo tragaría, entonces la madre no podría leer la carta, y si no leía la carta, no sabría que su hijo, el hombre cartero no había sido asesinado.

La madre -
guiada por las noticias del periódico local- , creería que este había partido de casa dispuesto a huir hacia el sur del país para instalarse junto a su amada en una cabaña frente al lago Lúlulúlu, pero que camino al tren un par de asaltantes cuan delincuentes insensatos, le habían asesinado pegándole un tiro en la cabeza y esclavizando a la amada, convirtiéndola en una sirvienta de cabaret.

Sin embargo, el hombre cartero, sin ser asesinado, se habría suicidado.