jueves, 30 de abril de 2009

Perverso Boris

Esta podría ser la historia de un joven. Un joven que viajaba de país en país en busca del amor. Pero esta, no será la historia de un joven y su búsqueda inoportuna de un amor inexorable. 
Faltaría tiempo para contarles la historia de Augusto y de cómo todo surgió en la ciudad de San Francisco a finales de 1986. 
Además no estoy de humor como para hacer mención de todos los momentos tempestuosos que vivió mientras se encontraba refugiado al sur de Río de Janeiro, o de cómo conocío a Anna, una mujer que no aparentaba tener trece años más que Augusto. Y mucho menos de su afortunado encuentro con el Señor Finch, quien le salvaría la vida heredándole todo cuanto poseía. 

Esta, sin duda será la historia de un niño de apenas cuatro años llamado Salvador, que quería convertirse ya en un hombre adulto. Quería beber cerveza de un tarro sucio, tener su propia escopeta y poder salir de casa cuando se le antojase. "Al final, cómo en el cine de culto norteamericano, es a lo que se dedican los hombres adultos", repetía sin comprender. 
A Salvador le gustaba salir al jardín trasero de su casa, que daba a un hermoso lago, y mirar como revoloteaban los patos mientras se ponía el sol. 
Tomaba alguna rama, apuntaba y disparaba a los patos. El sabía ya, lo que era tener una escopeta en sus manos.

Todas las noches, cuando su madre le obligaba a arrodillarse junto a la cama para orar, el deseaba, inútilmente, pero con todas sus fuerzas, que al día siguiente, al despertar, ya fuera un hombre adulto. 
Para su desgracia, al despertar, siempre seguía siendo el mismo niño curioso de ojos color miel con abundantes pecas en las mejillas.

Era una mañana calurosa, en el mes de Julio, cuando Salvador como siempre al despertar, corrió ansioso al espejo que se encontraba detrás de la puerta para mirarse, pues quizá, ya era un hombre adulto y debía cerciorarse. 
Nada, la misma altura, el mismo corte de pelo, las pecas inertes en su lugar, todo igual. 

Caminó, acostumbrado a la misma decepción matutina, de vuelta a su cama, pero al escuchar un silencio inusual en la casa, decidió salir de su habitación. 
Inspeccionó el cuarto de sus padres y optó por bajar a la cocina antes de echarse a llorar, como un pequeño bebé abandonado, debido a la extraña desaparición de su madre. Al llegar a la cocina vio que la puerta que daba al jardín estaba abierta, así que sin pensarlo, salió.

Afuera, recorrió con la mirada el jardín vacío y el lago, donde nadaban unos cuantos patos y había un par de botes navegando a lo lejos. Se encontraba solo. Cruzó el jardín y caminó hacia la orilla del lago y al mirarse en el reflejo del agua, asustado, comprendió: se había convertido en un hombre adulto. 

Regresó a su habitación y consciente de que en casa no había cerveza ni escopetas, alisto una maleta, guardando lo necesario para el viaje que estaba apunto de emprender: una brújula que le había regalado su abuelo la navidad pasada, unas cuantas monedas, un sello de Mickey Mouse y unas tijeras sin punta. Tenía pensado llevar también una cámara fotográfica a prueba de agua que le habían obsequiado sus padres, pero no la encontraba por ningún sitio y al parecer tenía prisa. 

Apresurado salió de la habitación y mientras bajaba las escaleras, tropezó con Boris, un french poodle más viejo que la pascua. Ambos cayeron por las escaleras. 

Salvador murió.