jueves, 17 de septiembre de 2009

El niño bajo la lámpara

Carlos corre, atraviesa todas las calles de la ciudad sin preocuparse por nada más que correr, no se da cuenta por donde corre ni el tiempo que lleva corriendo, mucho menos a donde se dirige, ya ni siquiera recuerda la razón por la que comenzó a correr, ahora simplemente corre.


De pronto siente como un líquido tibio resbala lentamente por sus mejillas, al principio piensa en la posibilidad de que sea sangre, idea que desecha en el momento en el que el líquido llega hasta sus labios y casi sin pensarlo lo toca con la lengua y al reconocer el sabor de inmediato se da cuenta que proviene de sus ojos y solo así su cuerpo reacciona y se detiene.


Él, ahí, de pie, inmóvil, jadeando. A su alrededor todo se mueve, los autos, las ramas de los árboles secos, las aves, el viento frío, las nubes blancas, las personas viejas y nada se detiene, solo él que ha dejado ya de correr, pero de vez en cuando alguna persona, mujer por lo general, lo hace y consternada lo mira.


Se detiene y mientras la noche se acerca, mira a aquel niño que llora, bajo la lámpara que ilumina la esquina de aquella calle. Quieto.