jueves, 24 de septiembre de 2009

Tramposa

Entonces, cuando tus ojos miran ciegos, cuando tus oídos escuchan sordos, cuando tu cuerpo ha olvidado respirar y tu mente invadida por pensamientos fantásticos tornan la realidad en quimera, es cuando ella llega. 


Y llega.


Y se postra en tu frente. 


Pero para entonces la realidad ya se ha vuelto irreconocible y no distingues lo que sientes. Y ésta que ha detenido aquellos movimientos desordenados por el aire y ha callado el zumbido insistente para postrarse en tu frente desnuda, comienza a andar y el vaivén constante de sus escuálidas patas que recorren tu frente provocan una especie de escalofrío arrullador en tu cuerpo. Ahora que los pensamientos no han podido más que la sensación de su andar en tu frente: respiras. Has vuelto a la realidad y tu cuerpo ha recordado respirar y respiras.


De pronto, miras con los ojos bizcos como avanza apresurada hasta colocarse sobre la punta de tu nariz y es ahí cuando la miras, y la sientes, y la escuchas, y dejas por completo los pensamientos fantásticos para gozar de esta realidad y cierras un ojo intentando enfocar mejor y de nuevo la miras, y cuidas tu respiración para no asustarla, tus movimientos se vuelven dulces, indefensos; ella te arrulla y tú la miras frotar sus patas y cierras también ese ojo. Te pierdes.


Ella te huele, te siente, te prueba, danza libre sobre tu nariz y tú sientes sus seis patas inmóviles, ahora sólo cuatro, quizá este frotando las faltantes, ahora camina, te acaricia y te estremeces, poco a poco sube hasta quedar entre tus ojos y tú curioso, enamorado de sus caricias decides mirar.


Y la miras, por primera vez la miras. Negra, inmensa, miras como cientos de larvas se retuercen atravesando su grueso y negro cuerpo, las alas sucias parecen incompletas y se mueven inútilmente produciendo aquél fastidioso zumbido. Inevitablemente miras de golpe su cabeza repleta de diminutos y asquerosos pelos hasta encontrarte con sus ojos que brillan de un color que no te preocupas por identificar puesto que su mirada te distrae. No sabes si te mira ni por qué te mira. Y de pronto observas como su repugnante trompa negra infestada de gruesos pelos se acerca lentamente a tu piel, dispuesta a probarte para quizá más tarde devorarte. Y gritas. 


Gritas con todas tus fuerzas hasta desconocer la situación, miras como ella aletea enloquecida y se aleja rápidamente y de un impulso llegas hasta el retrete y vomitas. 


Vomitas y nada más.


Levantas agotado la cabeza y miras hacia el frente y ahí está, inmóvil frente a ti. Y te observa. Te aterra pensar en lo mucho que desea tus labios ahora que acabas de vomitar, ella parece babear y la odias. Ahora, entre sollozos, pero sin quitarle la mirada, buscas algún objeto a tu alrededor que pueda terminar con todo esto, pero tus movimientos torpes no encuentran nada así que ya sin pensarlo bajas la mirada desesperado, tus ojos encuentran un trozo de madera y de inmediato lo tomas, lo aprietas hasta que tu mano astillada sangra, lo levantas furioso dispuesto a acabar con ella. Y para cuando ya estás listo, ella vuela y sale por la ventana.